
Me apoyé en su hombro, su espalda, su torpe nuca.
No había ninguna libertad que darme, porque esta si, era mía.
Era como yo.
Dos pechos, dos almas, tres latidos… y después el batacazo al alcance de los besos.
Y la lengua, la saliva y el viento.
Y su boca en mi boca y mi cuerpo en su cuerpo.
Allí su calor encendido, el latido y el misterio.
Y una hembra y otra hembra, dos mitades un solo cuerpo.
Sin varones, ni fronteras. Sin culpa, ni lamentos.
Mónica Martín.
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